Después de nuestro mes por Indonesia enfilábamos la recta final de nuestro viaje. El último país que visitaríamos sería Tailandia. Y no lo haríamos solos. Al igual que ya pasó en Malasia con el #malayosteam, en esta última etapa del viaje nos acompañaría una vez más mi hermano Pau. Pero no iba a venir solo… mi madre, Chusa, se venía también.
Ya desde antes de empezar el viaje, en Octubre, mi hermano y yo habíamos planificado que coincidiríamos en Bangkok los cuatro para recorrer juntos el país durante 10 días. Iba a ser la primera vez que mi madre viajaba a Asia, así que de entre todos los países que íbamos a recorrer consideramos, en base a lo que habíamos leído y nuestros amigos nos habían contado, que Tailandia era el país que mejor se adecuaba a lo que buscábamos.
Tailandia en familia
Cuando empezamos a organizar la ruta por Tailandia intentamos marcarnos una ruta sencilla que no implicara estar todo el día moviéndonos. La idea era ir a varios sitios que permitieran a mi madre llevarse una pincelada general del país y del continente. Decidimos que el punto de partida sería la capital, Bangkok. Allí pasaríamos 3 noches en las que, además, nos encontraríamos con Lolo, el hermano pequeño de Rosa, que vive en Tailandia desde hace ya 5 años y que desde Marzo reside en Bangkok. Desde Bangkok bajaríamos en avión a Krabi para pasar otras tres noches en la zona de Ao Nang y desde allí coger el ferry para pasar los dos últimos días en la pequeña y famosa isla de Ko Phi Phi.
Esta ruta incluía un poco de todo. Ver y descubrir una mega ciudad asiática como es Bangkok, visitar sus múltiples templos, sus mercados y sus canales y ríos. En Krabi íbamos a poder ver su famosa costa plagada de acantilados de piedra negra bañados por aguas turquesas. Y finalmente en Phi Phi veríamos cómo se vive en una pequeña y diminuta isla. El plan pintaba muy bien!
Bangkok, la ciudad de los templos y los mercados
La capital de Tailandia nos sorprendió gratamente desde el principio. Es una ciudad enorme con una mezcla muy curiosa. Caminando por sus calles te das cuenta de la multiculturalidad de sus habitantes. Hay gente de todas partes del mundo: tailandeses, birmanos, chinos, malayos, indonesios, indios, europeos, americanos, canadienses… Además, sus calles muestran un contraste permanente: megarascacielos lujosos al lado de templos centenarios, nuevas y modernas autopistas al lado de los antiguos canales (aún en uso), modestos y austeros puestos de comida comparten acera con grandes franquicias y multinacionales, mercadillos callejeros donde puedes encontrar de todo están situados en la puerta de centros comerciales gigantestos… Lo dicho, un contraste continuo.
Nuestra llegada a Bangkok fue desde Bali mientras que mi hermano y mi madre vinieron desde Barcelona. Los cuatro llegamos a la ciudad por la tarde, así que el primer día lo dedicamos a instalarnos en el hostal y bajar a cenar todos juntos. Lolo nos llevó a un restaurante muy bueno en el que tuvimos nuestra primera toma de contacto con la comida thai. Mi madre llevaba los deberes hechos y tenía la lista de los platos típicos que había que ir probando. Empezamos con el típico Pad Thai (una especie de noodles con verduras, gambas, tofú, cacahuetes molidos, huevos, brotes de soja, cebolletas y un poco de azúcar) y el mango sticky rice, un postre exquisito que es una especia de arroz con leche con trozos de mango que nos encantó!
Al día siguiente, y ya después de haber podido descansar, salimos directos hacia el centro antiguo de Bangkok, que es donde está el Palacio Real y donde se encuentran algunos de los templos más bonitos de la ciudad. Para ir hasta el centro aprovechamos para coger una de las barcas que surcan los canales de Bangkok. Es un medio de transporte perfecto para ahorrarse el tráfico de esta ciudad. Además es una forma original de descubrir la ciudad desde otra perspectiva. Por no hablar de lo divertido que es cuando te toca subir y bajar en menos de 15 segundos, con la barca que casi ni para, mientras estás siendo empujado por los que entran y los que salen a la vez que el revisor te grita que te des prisa… todo esto intentando evitar no enredarte con las cuerdas y pasarelas del barco… Muy divertido. Al llegar al final del trayecto por el canal aún nos quedaban 2 kilómetros para llegar a la entrada del Palacio Real. Decidimos coger un tuc tuc. Queríamos que mi madre probara todos los medios de transporte que te puedes encontrar por Asia. Además así vería de primera mano lo mucho que he mejorado en el milenario y complicado arte del regateo.
“Hola, al palacio real” le digo al conductor. “150 baths”, me responde. “Que dices! 70 baths y nos vamos contigo”. El driver se rió y nos dijo que montáramos. Regateo en estado puro.
Nada más llegar a los alrededores del Palacio ya vimos el percal que nos esperaba. Estaba lleno de gente por todo. Se juntaban varios factores que hacían que hubiera tanta gente. Por un lado, en Europa eran las vacaciones de semana santa. Por otro, en los próximos días en Tailandia se iba a celebrar el Songkran (el año nuevo tailandés y una de las mayores fiestas del país) lo que hacía que hubiera más turistas locales que un día normal. Por último, el rey de Tailandia, Bhumibol, murió en Octubre. Se decretó 1 año de luto y la capilla ardiente está instalada en el Palacio. Así que para haceros una imagen mental, a todos los turistas tenéis que añadirles un montón de fieles al monarca haciendo una cola kilométrica para rendir su particular último adiós a su querido monarca. Además, los días del Songkran el Palacio iba a estar cerrado con lo que parecía que todos nos habíamos puesto de acuerdo para visitarlo el mismo día a la misma hora.
El Palacio estaba a reventar de gente. Por no hablar del enorme calor que hacía. Abril es el mes más caluroso en Tailandia, así que debíamos estar a casi 40 grados. Además, cada pasillo y cada callejuela estaba llena de enormes grupos de chinos gritando, dando codazos, a punto de sacarte un ojo con sus paraguas y sombrillas e intentando colarse. Al final conseguimos entrar. El Palacio Real es una maravilla. De todos los palacios, fuertes y templos que hemos visitado en estos seis meses es, quizás, uno de los que más nos han gustado y, sin duda, el que mejor conservado y mas restaurado está. El complejo está formado por varios templos y edificios totalmente decorados con infinidad de cristales, espejos, piedras preciosas y piezas de cerámica. Todo ello custodiado por las bonitas y enormes esculturas de los guardianes.
La joya de la corona es el templo que guarda el Buda Esmeralda. Tanto el exterior como el interior son increíbles y el detalle de sus composiciones y sus frescos es precioso.
Tras conseguir sobrevivir a las hordas de chinos del Palacio Real nos dirigimos al vecino templo de Wat Pho. En su interior se haya uno de los budas reclinados más grandes del mundo. Es enorme! Mide 46 metros de largo y 15 de alto. Además los templitos y patios que conforman el resto del complejo están llenos de estatuas de Buda. Aquí encontramos muchísimos menos turistas lo que nos permitió poder visitarlo con más calma y disfrutarlo sin prisas ni empujones. Me encantó poder ver cómo mi madre vivía por primera vez la experiencia: ver las típicas estupas budistas, la infinidad de estatuas de Buda de todos los tamaños que pueblan los templos, los monjes celebrando sus rituales diarios, los feligreses realizando sus ofrendas…
Después de visitar la zona real de Bangkok fuimos dando un pequeño paseo hasta el mercado de las flores. Por allí nos perdimos un rato entre sus puestecitos. Había mucha actividad en el mercado ya que todo el mundo estaba preparando y vendiendo las ofrendas florales para el songkran, el año nuevo thai. Desde el mercado de las flores seguimos paseando para llegar al principio del barrio de Chinatown. Pudimos echar un vistazo a los típicos puestos de uno de sus mercados para poder ver que no son tan diferentes del “Mercat de s’olivar”. De allí nos volvimos a nuestro barrio para comer y hacer un poco de siesta. En la comida pudimos probar otros platos típicos. Todos acertamos menos mi hermano, que pecó de novato. Se pidió un “Paneng curry” (un curry de verduras y pollo con salsa de coco) pero se le olvidó decir el mágico y salvador “no spicy please” (es decir, sin picante). Lo que le trajeron era fuego de Mordor!! No hubo manera de comérselo. Creo que aún le pica la garganta…
Probando la comida callejera tailandesa
Ya después de la siesta quedamos con Lolo y su novia Yub para ir a un mercadillo muy chulo que hay al norte de la ciudad. El mercado era una pasada. Tenía la mitad dedicada a puestos de comida y el resto a venta de cualquier cosa que os podáis imaginar. A la hora de escoger la cena es cuando empezó lo bueno. Todos nos sentamos a tomar una cerveza y Pau y yo nos levantamos a comprar la cena. Después de 10 minutos de darme la brasa, consiguió convencerme de que probáramos a comer unos saltamontes fritos! Así que compramos una bolsa. También compramos un poco de tempura y unas brochetas de, eso creíamos, pechuga de pollo…
Al final casi todos nos atrevimos a probar los saltamonntes. Estábamos en Bangkok, era el sitio ideal para hacer una cosa así. Rosa, Lolo, Pau y yo nos atrevimos. Fue una sorpresa: no estaban del todo mal. Eran crujientes y con un sabor y una textura parecida a una gamba. A mi hermano le encantaron, de hecho se acabó el resto de la bolsa. Pero lo que de verdad fue gracioso fueron las brochetas de pollo… Todos las comimos y todos coincidimos en que sabían un poco raro y que eran muy gelatinosas y con mucho cartílago. Cual fue nuestra sorpresa cuando la novia de Lolo nos enseñó qué parte del pollo estábamos comiendo… Era el culo del pollo! Literalmente era la parte donde empieza la cola y está el ojete del pollo… Os podéis imaginar nuestras caras y las risas que nos hicimos… Al final, aunque de forma involuntaria, conseguimos que mi madre probara algo de comida exótica y rara…
Viviendo en primera persona el Songkran, el año nuevo tailandés
Tradicionalmente en el Songkran, las familias y vecinos se reunían para celebrar tan especial acontecimiento. Se juntaban para comer juntos, celebrar ofrendas, cantar y bailar… Además una de las tradiciones es “bañar” a las estatuas de Buda con agua. Es un símbolo de purificación y de limpieza de los pecados realizados y de la mala suerte. De esa tradición original se acabó derivando en que la gente también se empezó a echar agua unos a otros (yo creo que por el calor que hace siempre en las fechas del Songkram, que coincide con la época seca y de más calor del año). En la actualidad en el día del Songkran se montan auténticas batallas campales de agua. La gente sale con enormes pistolas de agua, cubos, regaderas… en definitiva cualquier cosa que tire agua. Todo el mundo se tira agua, es imposible acabar el día seco.
Sabiendo eso salimos ya de casa preparados para mojarnos. Decidimos bajar al centro de la ciudad para visitar un templo que nos había quedado pendiente, el Wat Arun. Bajamos en barco por el rió Chao Phraya, que cruza todo Bangkok. El templo estaba lleno de gente celebrando el día y realizando ofrendas y ritos con los monjes. Wat Arun es un templo muy bonito y que se caracteriza por tener una enorme colección de estatuas de Buda. Pasamos un rato paseando por sus templos para salir por uno de los callejones para buscar un sitio donde comer. Mientras caminábamos nos encontramos con una comparsa que nos invitó a bailar, nos remojó y nos pintó la cara (algo también típico del Songkran).
Lo mejor vino al girar la calle y llegar a una especie de patio de vecinos. Paramos para echar un vistazo porque había bastante actividad. Rosa se acercó y un hombre que estaba por allí nos dijo que pasáramos y que les gustaría mucho que comiéramos allí con ellos. El patio era como una especia de “Casal de Barri” en el que se habían reunido los vecinos a celebrar el día comiendo juntos. Nos agasajaron desde el primero momento. Sobretodo un hombrecillo muy amable y simpático que no hablaba inglés pero que se empeñó en que probáramos toda la comida que estaban sirviendo, el helado de postre, los cafés… En definitiva una muestra de la enorme hospitalidad y calidez que caracteriza a los tailandeses. Estuvimos comiendo allí e, intentando, entablar conversación con el resto de vecinos. Fue una muy buena experiencia poder vivir de primera mano la auténtica celebración de este gran día.
Acabamos el día del Songkran pasando la tarde en un céntrico parque para cenar en el típico “food market”. Los food markets son como una especie de plazas donde hay varios puestos independientes de comida. Te sientas y vas pidiendo en cada puestito la comida que te apetece. Es algo muy típico de los países asiáticos… No hace falta decir que estando allí sentados los hermanos Vidal pedimos comida para un regimiento… Nos pusimos morados! Noodles, sopa, verdura, pescado y marisco a la brasa, postre de mango sticky rice… Y por si no había sido suficiente de camino a casa un Magnun almendrado para bajar la cena. Los Vidal en estado puro…
Ao Nang, la Palmanova tailandesa
Llegamos a Ao Nang a mediodía. Esta ciudad nos recordó mucho a Palmanova. Es una zona de playa muy bonita que está muy explotada. Sus calles son una sucesión de restaurantes, puestos de souvenirs y agencias de tours. Decidimos quedarnos en esta ciudad porque de aquí salen muchas excursiones en barcos a las islas y playas cercanas. Al llegar al hotel nos enseñaron las habitaciones. La verdad es que el exterior y los alrededores del hotel estaban muy chulos. En medio de un bosque y pegado a un acantilado. Pero al ver las habitaciones por dentro, no se parecían mucho a las fotos de internet, que debían haberlas tomado 15 años atrás cuando lo inauguraron…
Al entrar en la habitación que iban a compartir mi madre y mi hermano ya vi sus caras. Con eso me bastó. Los conozco lo suficiente como para saber qué pasaba por su cabezas en ese momentos.
El hotel no estaba tan mal. De hecho para Rosa y para mí, acostumbrados durante estos 6 meses a modestas guesthouse, hostales y homestays, el sitio estaba muy bien. Pero es verdad que para mi hermano y mi madre cuyos diez días por Tailandia eran sus únicas vacaciones del año, esperaban algo mejor… Aun recuerdo cuando se giró mi madre y me dijo: “Yo aquí sin aire acondicionado “me cubaré”… Y es verdad, allí hacía un calor brutal y acostumbrados Rosa y yo a pedir siempre la habitación más barata y sin lujos, habíamos metido a mi madre y a mi hermano en el mismo saco. No hubo ningún problema en pagar un poco más y cambiar la habitación por otra mejor, más cómoda y nueva y con aire acondicionado.
Los dos días en Ao Nang los aprovechamos para visitar la playa vecina de Railey Beach y las islas de Tup Island, Pod Island y Chicken Island. Recorrimos las aguas turquesa de la zona con un longtail, el típico barco tailandés. La verdad que las playas, sobretodo en las islas, eran muy bonitas y con un agua turquesa bastante limpia. Lo mejor fueron los paisajes de la zona. Altos acantilados de piedra oscura y escarpados peñascos e islitas en medio del mar.
Phi Phi, el reencuentro con nuestros amigos de México
La última parada de nuestro recorrido en familia por Tailandia era la pequeña isla de Ko Phi Phi. Aquí viven algunos de los mejores amigos que hicimos en nuestra etapa mexicana. Roger, también conocido como “el Tomeu” o “tito”, es un instructor catalán que trabajó con nosotros en la Riviera Maya y que ahora vive y trabaja en Phi Phi con su novia Carla, a la que también conocíamos de México. También vive allí Paula, “La cabra”, otra gran amiga catalana de nuestra etapa mexicana.
Así que en Phi Phi tocaba reencuentro! Fueron dos días muy divertidos en los que pudimos rememorar viejas batallitas con Paula y Roger a la vez que disfrutábamos de las islas y las playas de la zona.
Aprovechamos para salir a bucear un día con mi hermano. Hicimos dos inmersiones por la zona y la verdad que nos sorprendió. Pudimos ver varias tortugas, algún tiburón, muchos peces payasos (Pau nunca los había visto antes), bancos enormes de snappers, corales y anémonas muy chulas… Mi hermano se lo pasó en grande. Además batió su récord bajo el agua, estuvimos una hora buceando! Gracias Carla! Mi hermano te debe unas chelas!!
El último día en Phi Phi lo aprovechamos para recorrer las islas vecinas. Alquilamos un longtail e invitamos a Paula a que se viniera con nosotros. Nos hizo de guía y nos llevó a las mejores playas y a los rincones más tranquilos. De hecho en varias de las playas pudimos estar solos en la arena. Imaginaos, una playita diminuta de arena blanca, flanqueada por acantilados y un agua cristalina… toda para nosotros solos! Una delicia.
De vuelta en la isla aprovechamos para comer y para dar rienda suelta a la locura del souvenir. Mi madre y mi hermano aprovecharon para comprar cuatro regalitos para la familia y amigos y, de paso, para mejorar y practicar sus dotes regateadoras con los vendedores locales.
La tarde la pasamos viendo atardecer en “Long beach”, una playa más alejada del centro y mucho más tranquila. Aprovechamos para hacer snorkel en una zona en la que se puede avistar tiburones de punta blanca y después nos tomamos unas “Changs” bien fresquitas disfrutando del bonito atardecer.
Estuvo muy bien poder reencontrarnos con tan buenos amigos como Roger y Paula. Al pensar sobre ellos uno se da cuenta de lo pequeño que se ha vuelto el mundo y de lo fácil y conectado que se ha vuelto todo. En los 6 meses de viaje hemos coincidido con muchísimos amigos y conocidos en los diferentes países que hemos recorrido. Aida en Myanmar, Angie en Singapur, el #malayosteam en Malasia, Matias y Mar en Coron, Juanito en Bohol, Xavi y Ester en Canggu, Ivan y compañía en Kuta… y ahora Roger, Carla y Paula en Phi Phi. Además de Lolo en Bangkok. Pues eso, que el mundo se hace cada vez más pequeño!
Recta final del viaje… ¿Dónde nos vamos?
Esa es la pregunta que nos hicimos la misma mañana en la que mi hermano y mi madre ya se volvían a Bangkok para, al día siguiente, coger su vuelo de vuelta a España. Y es que aún no teníamos claro qué hacer los últimos diez días que nos quedaban de nuestro gran viaje. Teníamos claro que queríamos estar tranquilos y relajados. Lo que no teníamos tan claro era si ir a alguna zona de playa o al norte del país. Esa misma mañana, después de desayunar, decidimos que iríamos al norte del país. Queríamos conocer otra parte de Tailandia y todo el mundo nos había recomendado el norte del país, en especial Chiang Mai y sus alrededores. Así que nos metimos en la página de Airasia (el Ryanair del sudeste asiático) y vimos que había un vuelo barato esa misma tarde. “Dit i fet”. Por la tarde nos despedíamos de mi familia y por la noche ya estábamos durmiendo en nuestra guesthouse en el centro de Chiang Mai.
Chiang Mai y sus cientos de templos
Chiang Mai es una de las ciudades más importantes de Tailandia. Siempre ha tenido un posición estratégica al encontrarse en el norte del país, cerca de la frontera con Myanmar y Laos; lo que la ha convertido en una ciudad con bastante actividad y con mucha historia y cultura.
Es una ciudad marcada por la infinidad de templos que pueblan sus calles. En los dos días que estuvimos allí aprovechamos para ir paseando a cada rincón. Visitamos algunos de sus templos más famosos y no nos defraudaron. Los templos de Wat Cheri Luang y Wat Phra Singh son espectaculares. El primero destaca por el “City Pillar” una sala decorada y cuidada al milímetro llena de frescos. Lástima que Rosa no pudiera entrar ya que las mujeres tienen vetada la entrada (cosas de los budistas). Además el templo principal es una sala muy bonita, toda dorada y con multitud de elementos decorativos.
El segundo, el Wat Phra Singh destaca por su bonita y resplandeciente pagoda dorada flanqueada por las esculturas de unos elefantes. Además los mini templitos que hay alrededor son cada uno más bonito y detallista que el anterior.
Otro reclamo de esta ciudad son sus mercados. Uno de los más famosos es el “Night Bazaar” (el bazar nocturno) que se monta cada noche en la parte este de la ciudad. Hay un montón de puestecitos que venden de todo. Es el sitio perfecto para comprar suvenires y regalitos a la familia. Es lo que hicimos nosotros. Aprovechamos para concentrar las compras aquí y así tener más poder de negociación a la hora de regatear. Nos lo pasamos de lujo regateando y hablando con los tenderos de los diferentes puestecitos.
Otro mercado que nos gustó mucho es el Night Gate Market. En este, además de todos los souvenirs y artesanías locales, hay muchísimos puestos de comida callejera. Ofrecen todo tipo de comida, super rica y a un precio muy bajo. Es el sitio perfecto para pasar la noche.
A hacer el cabra en el Gran Cañón (no el del Colorado)
En nuestro último día en Chiang Mai decidimos hacer caso a Po, la dueña de la casa donde nos quedábamos. Nos recomendó que fuéramos al Gran Canyon, una especie de antigua cantera que habían llenado de agua dulce y en la que, según parecía, habían montado una especie de parque acuático. Pillamos la moto y para allá que fuimos directos. Rosa no tenía muy claro lo de entrar en el parque pero yo lo tenía claro desde el minuto cero. Matábamos dos pájaros de un tiro: nos dábamos un respiro del sofocante calor y nos echábamos unas risas haciendo el mono por allí.
Y así fue. Estuvimos toda la mañana en el parque y nos lo pasamos de lujo. Nos reímos muchísimo intentando esquivar los obstáculos y saltando de lo alto de las plataformas.
En uno de los saltos por poco me dejo los huevos en la barra de la cama elástica, pero al final la cosa no pasó a mayores. Rosa estuvo casi 5 minutos descojonándose de mí y ya. Además Rosa cumplió con el sueño de echarse unos bailes encima de un patito de goma gigante!!
Después del parque aprovechamos para comer algo de camino al Wat Phrathat Doi Suthep, uno de los templos más famosos de la ciudad ya que se encuentra en lo alto de una colina y ofrece unas amplias vistas sobre la misma.
La cabra tira al Norte
Al igual que ya nos pasó en Myanmar, estuvimos investigando y vimos que la zona más al norte de Chiang Mai, era una zona más rural, menos comunicada, menos turística y, por tanto, más auténtica. Cogimos una van y nos fuimos hasta Pai. La gente hablaba maravillas de este pueblo pero a nosotros no nos gustó. Nos lo habían pintado como un pueblo súper auténtico, medio hippie y muy tranquilo. A nosotros no nos lo pareció en absoluto. El pueblo estaba lleno de chavales jóvenes en busca de fiesta, motos en cada esquina, muchas tiendas… no nos transmitió buenas sensaciones así que decidimos pasar allí la noche y seguir al día siguiente más hacia la frontera, hacia el pueblo de Mae Hong Son.
Al llegar a Mae Hong Son tuvimos claro que habíamos tomado la decisión correcta. Era el sitio perfecto donde pasar nuestros últimos 3 días de relax. Un pueblito pequeño, muy auténtico, con su mercado, su plaza, su lago.. y poco más. Todo ello rodeado de montaña y bosque (de color rojizo y marrón debido al calor de la estación seca). Era un tipo de paisaje y un tipo de pueblo que nos recordó muchísimo a los pueblecitos que tanto nos gustaron del norte de Myanmar. Y tenía todo el sentido porque solo estábamos a 15 kilómetros de la frontera con el país vecino.
En Mae Hong Son nos dedicamos a dormir, pasear, comer bien, descubrir sus bonitas estupas y templos, hablar con los locales, en definitiva a descansar y a saborear nuestros últimos días por Tailandia y nuestros últimos días viajando.
El último día en Mae Hong Son aprovechamos para alquilar una moto e irnos a visitar los pueblos vecinos, perdernos por las carreteras y caminos y descubrir los bonitos y bucólicos paisajes de campos de cultivo y humildes y sencillos pueblos. Acabamos el día haciéndonos un tratamiento de barro en uno de los, según dicen, mejores centros termales de barro del mundo. Después de 15 minutos de barro sanador Rosa rejuveneció 5 años por lo menos 😉
Desde Mae Hong Son emprenderíamos el largo camino de vuelta a Bangkok. Seis horas apretados en la parte trasera de una furgoneta, seguidos de 15 minutos en tuc tuc y 13 horas en tren nocturno. Al final llegamos a Bangkok, donde en nuestro último día aprovechamos para visitar algunos sitios que se nos habían quedado pendientes al principio del viaje. Hicimos una visita muy interesante a la casa de Jim Thomson. Este personaje fue uno de los grandes precursores de la seda tailandesa y de su auge a mitad del siglo XX. Su casa-museo es muy interesante y ofrece un bonito recorrido por una típica casa tailandesa repleta de obras de arte, grabados, cerámicas, etc. Por la noche nos acercamos a cenar al colorido mercado nocturno de Chinatown. El sitio es bastante auténtico con infinidad de luminosos carteles de neón, puestecitos, carritos, sillas y mesas por las aceras. Pero no nos gustó que en la mayoría de restaurantes ofrecieran la odiosa “sopa de aleta de tiburón”.
Estos dos últimos días por Bangkok aprovechamos también para pasar un poco de tiempo con Lolo, el hermano de Rosa. Nos acogió los últimos días en su pequeño piso y nos enseñó un poco su día a día en esta gran ciudad. Pudimos ver el coworking en el que trabaja y comer con algunos de sus amigos y compañeros de trabajo. Fueron dos días de descansar y comer bien, para coger fuerzas para las 30 horas de viaje de vuelta que se nos venían por delante.
Los Thai y su eterna sonrisa
Si algo nos ha gustado mucho de Tailandia ha sido su gente. Desde el primer día nos hemos sentido muy a gusto. Todo el mundo nos ha tratado con mucho respeto y mucha cortesía. El pueblo tailandés nos ha parecido muy acogedor y muy divertido. Todo el día sonríen y son muy de la broma. Al menos eso nos ha parecido a nosotros. Y es que por allí donde hemos ido siempre nos hemos echado unas risas con ellos.
Tailandia ha sido un país que nos ha gustado mucho. Más de lo que pensábamos, debemos reconocer. Y es que todo el mundo nos había hablado de Tailandia como un país muy explotado, muy enfocado al turista y donde no quedaba ni un rincón auténtico. No ha sido así. Al menos nosotros no lo hemos percibido así. Es verdad que en los sitios más turísticos como Krabi o Phi Phi hay muchos turistas. Pero no hemos tenido la sensación de que haya un acoso y derribo, no hemos percibido una persecución al turista. Evidentemente intentan venderte cosas pero siempre desde el respeto y si dices que no te interesa ya está, te dejan tranquilo. Imagino que cómo íbamos con una expectativa muy baja pues todo nos ha sorprendido para bien, sobretodo el norte del país. Es la zona que más nos ha gustado y en la que más hemos podido conocer la vida auténtica de los lugareños y ver su día a día real, alejado de los turistas.
En definitiva Tailandia es un país que nos ha gustado y al que nos gustaría volver en un futuro para poder descubrir zonas y pueblos menos conocidos. Y es que Tailandia es un país muy interesante, con históricas tradiciones, una rica y variada cultura, una exquisita gastronomía y una gente increíble… ¿qué más se puede pedir?
Hola Luís,
Pau me trajo hasta aquí, hemos sido compañeros este año en Barcelona 😉 Me ha encantado el plan, seguramente hagamos algo parecido con mi novia en agosto. Tienen muy buena pinta los sitios. El long tail y las playitas solitarias suenan de lujo…
Muy chulo el viaje y enhrabuena por el blog, mola mucho!
Hola Pablo! Algo me comentó mi hermano Pau…Bienvenido!;-) Nos alegramos mucho que os guste nuestro blog. Si necesitáis cualquier tipo de información sobre Tailandia, o si, una vez allí, tenéis cualquier duda, nos escribís y os contestamos en seguida!! Y si pasáis por Phi Phi y queréis bucear me lo decís que tengo muy buenos amigos instructores allí. 1abrazo!!